Hay que agradecer al papa Francisco haber reinstalado en la opinión pública de Estados Unidos el debate sobre ética, civismo y moralidad. Fraudes, trapacerías y engaños, de tan frecuentes, nos parecen naturales y hasta pintorescos.
Existen prácticas opacas marcadas por la codicia. Cuando el dueño de una propiedad desea utilizarla para un propósito distinto para el que fue concebido, solicita una rezonificación a la Alcaldía. Así, el trazado del mapa de nuestras ciudades puede estirarse y encogerse, casi nunca a favor de las comunidades. Son los empresarios, cabilderos y políticos los más beneficiados.
El afán de lucro de muchos urbanizadores no tiene límites. Arrasa con la herencia cultural, borra la fisonomía de barrios y nos deja una arquitectura homogénea y efímera, vacía de contenido y estéticamente irrelevante. Arquitectura puramente comercial, diseñada para el hombre-masa.
Algunos políticos se prestan a esta artimaña del re-zoning en la búsqueda de financiamiento para sus campañas, viajes, favores, y quizás algo más contante y sonante.
La empresa 1300 Coral Brickell LLC, inscrita en Delaware —perteneciente a Emilia Giusti, Patricia Giusti, Roberto DiLanzo y Maurizio Di Lanzo, los dos últimos poseedores de varias firmas—, planea levantar un gigantesco edificio en Coral Way y la 13 Avenida. Para ello solicitó a la Ciudad de Miami un cambio de zonificación en una sección de su propiedad. Alegó que lo destinaría a un local de estacionamiento de tres pisos (40 pies de altura) para los inquilinos de los 58 apartamentos del proyecto habitacional, de ocho pisos y piscina en altos. De resultar aprobado el cambio, el volumen del inmueble casi se duplicaría.
La Ciudad rechazó la petición, pero la constructora apeló el veredicto y se presentó ante la Junta de asesoramiento de Planificación, Zonificación y Apelación con sus representantes legales, Alexander Tachmes y David Coviello, de Shuttts & Bowen, acompañados de arquitectos e inspectores. La firma de abogados es una de las más importantes del país y reporta ingresos de más de cien millones de dólares anuales.
Los vecinos no se oponen a un nuevo edificio, pero prefieren que sea de “escala humana”, arquitectónicamente coherente con el entorno y el Plan Maestro Miami 21, que promueve “el desarrollo de vecindarios seguros, vibrantes con orientación peatonal de los residentes”.
El cambio de zonificación traería consecuencias negativas para el vecindario, compuesto mayormente de casas pequeñas, estilo mediterráneo y español, algunas construidas en los años 30. Los residentes no quieren abrir sus ventanas y ver que el hormigón les tapa la luz del sol. No quieren que la alta densidad habitacional congestione más el tráfico y traiga ruido y polución. No quieren que se cree un precedente para otras construcciones gigantes en el área. No quieren, en fin, cambiar su estilo ni calidad de vida en ese apacible entorno que les enamoró y por el cual optaron por comprar o alquilar allí.
Sin embargo, la constructora descartó un edificio con menos habitaciones y un estacionamiento subterráneo, acaso porque disminuirían sus ganancias. Desde luego, ni el empresario ni el equipo de abogados viven por allí. Después de las firmas y los honorarios, ¡el diluvio!
La segunda audiencia en el City Hall de Miami volvió a rechazar la petición de cambio de zonificación.
Para la tercera, los abogados emplearon todas sus armas: se entrevistaron con los comisionados, intentaron comprar una casa colindante, contrataron a vecinos-comparsa e hicieron promesas a diestro y siniestro (más a siniestro). No presentaron planos y solo citaron un estudio en el que se asegura, contra la regla aritmética, que el tráfico no se afectaría. Insistieron, eso sí, en las bondades del proyecto y en lo que significaría en concepto de fondos por impuestos a la propiedad.
Paradójicamente, esta última audiencia ante los comisionados —a la que asistió el alcalde Tomás Regalado— no resultó favorable a los vecinos. Pese al antecedente de las dos primeras reuniones, pese a la fortaleza de los argumentos, pese a las firmas y testimonios de los más afectados, todos los comisionados de Miami votaron, en primera lectura, por favorecer el cambio de zonificación. Frank Carollo propuso la moción, que secundó Francis Suárez; Willy Gort y Keon Hardemon asintieron.
Carollo —en cuyo distrito podría levantarse la mole— indicó que, no obstante, deseaba revisar las firmas en apoyo del proyecto que, como sacadas de la chistera, presentó el abogado. El comisionado ha apoyado a sus electores en otras oportunidades e incluso llegó a expresar no hace mucho que “hay que escuchar la voz de los residentes”.
Suárez, por su parte, señaló que no estaba enterado del cambio, puesto que el jurista solo le había platicado de las ventajas del edificio, sin mencionar otros datos importantes.
Meses atrás la prensa recogió el conflicto entre inversionistas y vecinos en La Pequeña Habana a propósito de una rezonificación. Recientemente, los vecinos de Overtown protestaron en masa por un atropello en ciernes: la presión para que una parte de la histórica ciudad pasara a Wynwood, donde se lleva a cabo un fuerte programa de inversiones. Ya antes, en los 60, la comunidad negra se vio afectada por la construcción de supercarreteras, y, en los 80, por el desarrollo del MetroRail y el MetroMover. Esta vez no lo permitió.
Todavía hay oportunidad para que la Alcaldía de Miami, que debe servir a los ciudadanos, ponga freno a la codicia. Porque no se trata meramente de mapas sino de justicia, derechos y valores. El Papa no se enterará de la próxima votación, pero ni falta hace: ya hay un décimo círculo en el Infierno para quienes cometan el pecado de rezonificación.
Periodista, exprofesor universitario.
emilscj@gmail.com
Esta historia fue publicada originalmente el 13 de octubre de 2015 3:14 PM.