¿No sería irónico que la mujer que lideró un movimiento ultraconservador en la educación de la Florida y que pretendía devolver a los gays al clóset mantuviera una relación lésbica de larga duración y tripartita con una amante que compartía con su esposo, el presidente del Partido Republicano del estado?
Esa es la afirmación que hace una mujer, cuyo no nombre no ha sido revelado, contra Bridget Ziegler —cofundadora de la organización de extrema derecha Moms for Liberty y miembro de la Junta Escolar de Sarasota— acusando a Christian Ziegler de violación y agresión sexual.
De ser cierto sería una hipocresía en esteroides, de ser cierto.
La ideóloga activista —que exigió reglamentos al estilo de las escuelas cristianas privadas pero en las escuelas públicas, cuando los estudiantes de secundaria están a punto de ser adultos o ya lo son— enfrenta ahora el máximo escrutinio de su vida sexual.
Christian Ziegler, de acuerdo con un informe de la policía de Sarasota laboriosamente tachado y dado a conocer a los medios de comunicación el jueves después de que el Florida Trident, un medio noticioso de vigilancia, diera la noticia, está bajo una “investigación criminal activa”.
Se le acusa de ir a casa de la mujer, sin Bridget, el 2 de octubre y violarla, según la policía y reportes de los medios que citan fuentes policiales.
La supuesta vida secreta de su esposa
Su esposa no enfrenta ningún cargo.
Pero en el contexto de la investigación, la mujer reveló al agente que respondió inicialmente y al detective investigador su larga vida sexual “tripartita” con la pareja.
El abogado de Christian Ziegler negó con vehemencia las acusaciones formuladas contra el impetuoso jefe del partido, que prometió a principios de año: “Hasta que saquemos a todos los demócratas de sus cargos y ningún demócrata se plantee postularse a las elecciones, seguiremos pisando el acelerador y avanzando en la Florida”.
¿Pareja o ‘trío’ de poder?
Los Ziegler eran considerados una pareja poderosa en rápido ascenso. También eran estrechos colaboradores del gobernador de la Florida, Ron DeSantis, y partidarios del ex presidente Donald Trump.
Pero mientras él hablaba fuerte y daba la cara por el partido, ella parecía ser la verdadera impulsora y organizadora.
El grupo que cofundó en nombre de los “derechos de los padres” —al que se atribuye la prohibición de libros escolares con personajes homosexuales y negros que enfrentan la discriminación en una sociedad predominantemente blanca— se ha extendido por todo el país a un ritmo vertiginoso: 300 capítulos en 48 estados en dos años.
Incluso en la liberal California, las mal llamadas Moms for Liberty y sus simpatizantes, intentaron purgar un libro de texto de estudios sociales que contenía una biografía del legendario líder de los derechos de los homosexuales de San Francisco, Harvey Milk.
“Luchamos por la supervivencia de Estados Unidos...”, afirma el grupo en su propaganda.
Esa lealtad a una agenda que es también la del gobernador ha sido generosamente recompensada.
DeSantis no solo respaldó la candidatura de Bridget Ziegler a la junta escolar, sino que le dio un puesto en la Junta de Supervisores del Distrito de Supervisión del Turismo del Centro de la Florida.
Esta es la agencia formada después de la disputa con Disney World por sus críticas corporativas a la ley “No digas gay” que prohíbe la discusión sobre la identidad sexual en las escuelas y tras la terminación del acuerdo operativo del distrito fiscal especial de Disney en Reedy Creek con el estado.
Ahora, que las acusaciones de esta mujer incluyen la afirmación de que hubo grabaciones de las relaciones sexuales, los Ziegler están siendo apodados “trío”.
La Florida en ebullición
Todos los rincones del estado son un hervidero con la noticia de los Ziegler y, en particular, con la excitante denuncia de los encuentros bisexuales de la esposa antigay.
El sexo en grupo y el intercambio de parejas como estilo de vida no son temas partidistas. Pero los demócratas no fingen odiar a los gays —legislar contra ellos para ganar puntos políticos— mientras los invitan en secreto a unirse a la fiesta conyugal.
Existe una historia nacional sobre el tema, conservadores santurrones —sacerdotes, pastores, políticos— que, mientras predican la represión, actúan de forma cuestionable.
Me viene a la mente Newt Gingrich, ex presidente republicano de la Cámara de Representantes y candidato presidencial.
Lideró los esfuerzos para destituir al demócrata Bill Clinton por el amorío con Monica Lewinsky e insistió en llamarle “depredador sexual”.
La altura moral de Gingrich se desmoronó bajo sus pies cuando se reveló que había tenido una aventura de seis años con la empleada de otro congresista mientras estaba casado con su segunda esposa.
Pero no hace falta remontarse tan atrás, no con un Trump sin vergüenza que insiste en que es digno de otro mandato después de casi descarrilar la democracia estadounidense y ahora promete dirigir el país con puño de hierro de dictador.
Acusado por 26 mujeres de conducta sexual inapropiada —y, a principios de este año, declarado responsable en un juicio civil de abusar sexualmente de la escritora E. Jean Carroll en 1996— es el epítome de la corrupción moral. Durante la campaña presidencial de 2016, pagó a la stripper Stormy Daniels para que mintiera sobre su relación extramatrimonial con ella mientras su esposa Melania estaba embarazada.
Entonces, ¿por qué no se sentirían envalentonados otros republicanos de la Florida para hacer lo mismo?
No importa lo bajo que caiga Trump en la escala moral, sigue siendo el favorito casi asegurado, una prueba más de las bajas expectativas que los republicanos se han puesto a sí mismos.
Si las acusaciones son ciertas, los Ziegler están en buena compañía.
