Cuando el escritor José Abreu Felippe publicó la novela El instante (Editorial Silueta, 2011), la última en su pentalogía El olvido y la calma, no volvió a incursionar en el género. Pienso que una de las causas quizás haya sido el tremendo esfuerzo que exige un proyecto literario de semejante envergadura. Después de todo, son pocos los que se han atrevido a hacerlo. Como quiera que haya sido, lo cierto es que dejó de escribir novelas. Siguió, eso sí, escribiendo poemarios y obras de teatro. Y, más que nada, libros de relatos como el titulado Cuentos idos (Ediciones La gota de agua, 2024), que acaba de ser publicado.
Son once cuentos escritos, indistintamente, en primera y segunda persona con argumentos que, aunque diversos, contienen temas que han sido raigales en la narrativa de Abreu. Uno de ellos, por ejemplo, es el de las pérdidas familiares. La prueba es el cuento titulado, Orfandad, quizás el mejor del libro y en el que narra, en un tono de onírica irrealidad, la aparición de una mujer desconocida durante una visita a la tumba de su madre: “Y así estoy hoy domingo, sentado sobre la hierba. Y entonces llega una mujer y se sienta frente a mí. Me sonríe. Yo no la conozco, en mi vida la he visto, aunque hay algo familiar en su rostro.” Lo que sigue es pura magia. El final, perfecto; predecible, sí, pero poéticamente abierto a las innumerables posibilidades de la imaginación.
En ese mismo tenor -entre el misterio de los sueños y la incertidumbre de lo sobrenatural- está escrito La dama de blanco, un relato en el que nada es lo que parece, pero que de alguna manera termina resultando verosímil: “Desde mi catre vi a la dama de blanco detrás del arbolito. Cuando estuvo junto a mí me di cuenta de que no era una dama ni vestía de blanco”. ¿Quién era ese ser espectral que todas las noches aparecía en su cuarto? La verdad tarda en saberse. Abreu se toma su tiempo describiendo detalladamente la cotidianeidad de su hogar antes de que, al final, nos diga quién era, en realidad, la dama de blanco.
Otro tema recurrente en la obra de José Abreu es su infancia. Y en estos “cuentos idos” no deja de estar presente. A veces la recuerda con tristeza, pero sin arrepentimiento; otras, cuando piensa en los momentos felices, lo hace fragmentado entre el deseo de vivirla de nuevo y el dolor de saberla irrecuperable como En la casita, un cuento en el que es posible advertir, por el candor con el que está narrado, una parte importante de su niñez: “Vivíamos en una casita de madera al fondo de mi abuela Esperanza. Tenía un portal con piso de cemento y una balaustrada también de madera pintada de verde, una salita, un cuarto -yo dormía en la sala en un catre que armaban por la noche-, la cocina con dos hornillas de carbón y una ventanita que daba al patio”.
Una mirada a otros de los títulos nos da una idea de la variedad temática del libro, como en Cándido: (“¿Y dónde es que lo ves? ¿En tu cuarto? Es muy importante precisar el lugar. Lo veo en todas partes”). O como en Confesión: (“En el confesionario no había nadie esperando y el cura parecía dormir. Al menos tenía los ojos cerrados. Se acercó por uno de los laterales y se arrodilló. Dime, hijo, tus pecados desde tu última confesión”.
Cuentos idos es otro excelente libro de relatos de José Abreu Felippe. Ojalá que vuelva escribir novelas, pero si no lo hiciese bastaría que siguiese con los cuentos. Y si son sobre la infancia mejor. Hay quienes regresan a ella, mediante terapia o hipnosis, para solucionar ciertas crisis existenciales. Los lectores de Abreu no necesitan el sofá de un psiquiatra. Solo tienen que abrir uno de sus libros y dejarse atrapar por sus propios recuerdos.