Llegué a Las Terrenas como cuando en la película Casablanca los personajes tenían que esperar, en épocas del protectorado francés y la Segunda Guerra Mundial, un salvoconducto para entrar en Estados Unidos. Tras la reciente pandemia, Washington cerró todas sus fronteras a los europeos (excepto contadas excepciones), y la única manera de entrar, por absurdo que parezca, era permaneciendo 14 días en un país de África o América Latina. Entonces opté por la República Dominicana, pero cuando tenía todo el viaje organizado quitaron la prohibición. Como no hay mal que por bien no venga, mantuve mi viaje a Dominicana, país que no visitaba desde hacía 15 años, y no me arrepiento.

Escogí Las Terrenas, un pueblo de la costa norte de la península de Samaná, porque allí vive buena parte del año una amiga francesa, Catherine Bardon, escritora apasionada de la República Dominicana. Bardon ha escrito una estupenda tetralogía sobre una familia de judíos austríacos que, en plena persecución nazi, se instalaron en Sosúa, al norte de la isla, donde fundaron una próspera comunidad. Fue ella quien me habló de Las Terrenas, un lugar relativamente protegido del turismo masivo, con un equilibrio perfecto entre locales, visitantes foráneos como yo y extranjeros que residen todo el año.

Se cuenta que, en 1824, naufragó cerca de allí el Turtle Dove, un navío con esclavos liberados que iba rumbo a Liberia. Los sobrevivientes nadaron hasta la orilla y se establecieron en aquellos parajes. Dos siglos después, sus descendientes viven aún en la zona, se les conoce como “cocolos” y todavía hablan inglés.

Click to resize

El pueblo nació en 1946, durante la dictadura de Trujillo, quien para “limpiar” de mendigos la capital ordenó repartirlos en diferentes regiones. Fue entonces que llegaron los primeros pobladores a Las Terrenas, cuyo nombre proviene del francés “terrien” (terrateniente), por haber sido propiedad de colonos franceses de Haití en otros tiempos.

Las Terrenas nació como pueblo de pescadores, y sus habitantes se dedicaron a pescar y recolectar cocos. Un año después de fundado, la región padeció el terremoto más potente registrado en todo el país y, en consecuencia, un tsunami arrasó con las pocas casas de su franja costera.

Playa Las Terrenas, un pueblo de la costa norte de la península de Samaná. Fotos cortesía/William Navarrete

Desde el principio, los extranjeros se instalaron a orillas del camino que conecta la punta Popy con la playa Las Ballenas. El hotel Tropic Banana, el restaurante Pacocabana y el bar Siroz (hoy en día modernizados) fueron los primeros establecimientos fundados por estos a escasos metros de la playa. Los pioneros (un americano que construyó su casa detrás de la actual Casa Nina y algunos franceses) se instalaron en 1977. Para desarrollar el turismo tuvieron que esperar a que la antigua pista que comunicaba al pueblo con Sánchez fuese reparada y asfaltada en 1989. Y no fue hasta 1994 que tuvieron servicio eléctrico y en 1997 agua corriente.

Hoy en día, hay decenas de opciones para disfrutar de la comida local y la internacional, y no pocas pizzerías, clubes, e incluso tiendas especializadas en vinos y productos “gourmets” franceses e italianos y una heladería italiana de helados artesanales.

En Las Terrenas hay dos calles principales que discurren de sur a norte: Duarte y Nuestra Señora del Carmen. A lo largo de estas se concentra la mayoría de los comercios locales (fruterías, mercados, agencias de autos, tiendecitas), todo a escala humana y abiertos el año entero.

La pastelería francesa de Las Terrenas. Fotos cortesía/William Navarrete

Frente al cementerio marítimo, entre el paseo del litoral y la playa, converge todo. Allí está el famoso centro comercial “El Paseo” (con las tiendas y agencias de franceses), la panadería también francesa con sillas idénticas a las de cualquier café de París, las tiendas especializadas en tabaco y sus derivados. También paran las camionetas que van al Portillo o Samaná, y es allí donde está la principal parada de “motoconchos”, ingenioso medio de transporte en motos, corriente en toda Dominicana.

Al costado del cementerio, en el colmado (bodega) Los Príncipes, se reúnen los amantes de la bohemia hasta tarde en la noche. Compran allí mismo la bebida, y beben y bailan en la arena al son de merengues y bachatas debajo de las uvas caletas. Justo detrás, se encuentra el mercado de los pescadores y, entre el cementerio y el mar, hay una docena de cabañas en donde se comen mariscos y pescado fresco en terracitas rústicas con la playa como escenario. De estas fondas mi preferida es Zu, fundada por Alex, un dominicano que tuvo un restaurante en Santiago de Chile y se instaló luego en Las Terrenas. Especializado en ceviches y platos a base de camarones, de su cocina salen los mejores tostones crujientes de plátano verde (tal vez los únicos hechos debidamente) que comí durante todo el viaje.

Vivienda emblemática, estilo francés creole de Las Terrenas a orillas del arroyo. Fotos cortesía/William Navarrete

La arquitectura de Las Terrenas es playera. Algunas casas de madera con balcones y galerías, y entre lo más reciente, un asombroso edificio en forma de barco que acoge un hotel, así como restaurantes, tiendas y agencias en su planta baja.

Además de las habituales excursiones a las cascadas del Limón y a los poblados de Samaná, Sánchez y Las Galeras, hay muchas posibilidades de visitar playas vírgenes y desiertas en los alrededores. A unos 5 km está Playa Cosón, un paraíso de mar turquesa y arenas doradas, prácticamente virgen y con un único restaurante: Luis, una cabaña rústica en la arena que es la referencia. Y entre Las Terrenas y Cosón, otro balneario espectacular: Playa Bonita, que lamentablemente sufre de la subida del nivel del mar que invade la arena con la marea alta.

El restaurante Zu en la zona de los pescadores en Las Terrenas. Fotos cortesía/William Navarrete

Al este, El Portillo es otra estación a unos 3 km de Las Terrenas. Sus arenas son blancas, los fondos bajos y hay un manantial de aguas cristalinas que atraviesa la carretera y en donde los locales suelen bañarse. Los que se queden allí deberán alquilar un auto (precio bastante elevado, 50 dólares diarios) pues el sitio posee pocas infraestructuras, y apenas un colmado y pocos restaurantes.

En Las Terrenas la dolce vita ritma la jornada. Amaneceres espectaculares con el sol despuntando detrás de las montañas, atardeceres de ensueño más allá de los extensos cocales, playas solitarias, paisaje de uvas caletas y cocoteros, paseos a orillas del mar y habitantes sonrientes y acogedores que, por una vez, no acosan al turista para venderle algo y están siempre dispuestos a hacerle pasar unas vacaciones plácidas e inolvidables.

* Escritor franco-cubano establecido en París

Esta historia fue publicada originalmente el 18 de diciembre de 2021 6:47 PM.